¿Transición o “Revolución”? El futuro en Venezuela es más complejo


En los intríngulis del mundillo opositor, ese que bulle hoy con la increíble efervescencia que brinda la proximidad del poder, el debate sobre cómo gobernar el día después, es centro de agenda. Ni siquiera se discute cómo será la salida de Nicolás Maduro. Se da por hecho. Si habrá invasión o renuncia, si habrá guerra civil o paz inmediata, nada de eso se cuestiona.

Lo que sí es debate es si será una transición -lo que supone un gobierno transitorio compartido con algún lastre de los funcionarios actuales-, o se trata de lo que en estricto rigor se llama revolución, esto es, un cambio radical de toda la estructura de poder político. Y aunque este debate fluye imponente sin que los actores conozcan muy bien los conceptos, nadie lo tiene claro. Ni siquiera hay un lenguaje medianamente común y uniforme para referenciarse entre sí. La categoría les da igual.

La tesis de que hay que reconstruirlo todo, desde cero, está casi descartada. Y la tesis de que es una “transición”, se confunde entre quienes asumen que eso implica “llegar a acuerdos” (meter a gente del madurismo y el viejo chavismo) y quienes creen que solos, ellos, pueden hacerlo todo (lo que implica reconstruir desde cero). La pléyade intuye que todo eso es sinónimo. Que todo es una “transición”. Aunque no sea así. 

Pero todos desembocan en lo mismo: lo militar, o lo que es lo mismo, la capacidad bélica o de fuerza que pueda tener un nuevo gobierno, sea transicional o no, para sostenerse. No haré referencia a propagandistas que hablan de la transición como un tiempo y espacio de “diálogo y convivencia”. Eso no existe en la vida real sino en la literatura de pacotilla. Mucho menos, si el país se logra librar “como sea” de la dictadura más intrincada y compleja que ha vivido.


Confrontar con la verdad 

Gobernar un país devastado como Venezuela, requiere de fuerza. Recomponer a una nación dominada casi íntegramente por la delincuencia, desde los delincuentes banqueros y empresarios hasta los delincuentes de la esquina, requiere de un poder de fuego que la propia oposición y la mismísima María Corina Machado ha despreciado.

Asumimos que hay dos poderes de fuego relativamente equivalentes: Un ejército bien pertrechado y organizado (no lo tenemos y lo que hay pertenece a la dictadura), o un pueblo organizado y dispuesto a todo por su libertad. Ambos son poder bélico. Ambos implican poder de fuego, pero al segundo lo ningunean los teóricos del caudillismo político contemporáneo y buena parte de la oposición. Es un desprecio político en unos casos y en otros, ignorancia.

Pero Venezuela está en una encrucijada que no ha sido forzada por la oposición, por EEUU ni por MCM precisamente. Esto es fundamental comprenderlo. Ha sido forzada por Maduro, lo que determina inexorablemente el futuro inmediato de lo que el vulgo insiste en llamar “transición”. 




Maduro es quien fuerza la invasión de EEUU

Recientemente, ante la ingenua pregunta de ¿quién en Venezuela quiere que los EEUU invadan?, el normalizador Enrique Ochoa Antich, recibió en su cuenta X (antes Twitter) el abrumador resultado de 34.272 votos, con un 88.1% a favor de la invasión. 

En su ingenua explicación, predispuso las respuestas hablando de muertes sangrientas, guerra civil y destrucción total de los servicios. Pero las respuestas no se conmovieron. Aunque podemos decir que esto no representa el universo social venezolano, sus resultados, dado el carácter de sus seguidores, dice demasiado. Muestra la desesperación que padece Venezuela y este sentimiento generalizado es el que ha invocado Maduro. Hagamos un breve repaso.

Durante junio y julio de 2024, en medio de una campaña electoral y la elección presidencial del #28J 2024, Maduro anunció ejercicios militares conjuntos Rusia-Venezuela "contra la agresión extranjera". La "Operación Escudo Soberano 2024" incluyó unidades navales rusas en aguas del Caribe venezolano, ejercicios con sistemas de defensa aérea y operaciones anfibias junto a la fragata "Almirante Gorshkov", aviones de patrulla marítima IL-38 y asesores militares rusos. En ese mismo período anunció la "reorganización de la milicia bolivariana para guerra popular prolongada".

No habían robado aún la elección presidencial y ya se preparaban para la guerra, adelantando el estado de convulsión requerido. Según la "Belly Theory" del profesor Javier Corrales del Amherst College desarrollada en su trabajo "The Autocrat's Gambit: Manufacturing Crises for Regime Survival" (2024), los regímenes autoritarios como el venezolano utilizan conflictos externos para "movilizar el nacionalismo, desviar atención de crisis domésticas y justificar represión". 

Tras una cruenta represión en la que se cuentan al menos 28 asesinados y más de 2.500 (cifras el Gobierno) secuestros políticos, el 12/09/2024 Maduro aumentó su apuesta al grito de: "El imperio quiere la guerra, tendrá la guerra que merece". Para enero 2025 y luego de las sanciones económicas a sus funcionarios por las “elecciones no transparentes", ordenó ejercicios militares con misiles de largo alcance y habló de una "respuesta masiva" ante cualquier agresión. Encendió la retórica belicista antes que el enemigo que, ni por asomo, indicaba alguna “intención bélica” evidenciable.

Venezuela era en ese momento, para algunos, un caso de "belicismo performativo": retórica bélica sin intención real de conflicto. Para Corrales, "cada ciclo electoral o crisis económica precede a una escalada retórica antiimperialista". Y esto sucedió. Tanto Luis Vicente León como Collet Capriles, creyendo minimizar los asuntos de la realidad desde la teoría, habían señalado que en efecto se trataba de una estrategia performativa del régimen. Pero la respuesta del enemigo (asumiendo que es EEUU) no fue precisamente la esperada. Ni la escalada de Maduro era únicamente performativa.

Stephen Valkenburg, de la Georgetown University señaló en "Proxy Rhetoric: Venezuela's Strategic Ambiguity" (2025) a la política de Maduro como una "ambigüedad estratégica" respecto a alianzas con Rusia/China, con el objetivo de aumentar su “leverage”, partiendo de la consideración de que EEUU tenía una “capacidad limitada para otra confrontación militar en América Latina". El investigador identificó un "equilibrio del terror discursivo" en el que ambas partes evitaban la escalada real. Sin embargo, lo que acontece en el Caribe hoy echa por tierra esas teorías. 

Maduro facilitó y estimuló el asedio militar de los EEUU en el Caribe y ahora busca culpar a enemigos internos, dada la posibilidad real de ser defenestrado. Este es el punto de partida de cualquier prefiguración sobre el futuro inmediato del cambio político. Es Maduro quien ha logrado que una fuerza extranjera y no un levantamiento popular, sea el “perpetrador” de un eventual cambio en Venezuela. Esto tiene un objetivo más allá de Maduro mismo. Determina, en buena medida, su posterioridad y aumenta las opciones de desenlace. Algo que forma parte de sus cálculos.


¿Quién hace el cambio y con qué fuerza?

La diferencia parece insignificante, pero es determinante. Y a esto apostaron todos desde el inicio. De cuál fuerza (bélica) real realiza el cambio, depende el futuro. Porque un cambio político, sea resultado de una transición o de una revolución, no se materializa en el día de la “victoria”, sino en todo el curso posterior, el de consolidación de un nuevo régimen político. Y esto implica poder de fuego, en última instancia.

Por ejemplo, el cambio de la “cuarta” a la “quinta” trajo consigo una gran cantidad de muertes, enfrentamientos y puntos de inflexión (hasta golpes de Estado). La compra de conciencia de buena parte de los opositores (muchos infiltrados hasta hoy) en 2007 tras la “victoria de mierda” de la oposición en el referéndum, fue el epílogo del bipartidismo y abrió puertas a un nuevo régimen político. De casi dos lustros y grandes sacrificios sociales, emergió consolidado un nuevo régimen político. 

Podemos coincidir en términos teórico-afectivos con el planteamiento de Dr. Miguel Ángel Latouche, ucevista prestado en la Universidad de Rostock en Alemania, quien considera que el chavismo es el final exponencial de todo el período de destrucción societal de la Venezuela cuartorepublicana. Sin embargo, acá la periodificación evidenciable parece destacar: estamos ante un régimen político concreto. El chavismo.

Hoy, el cambio no está en manos de fuerzas nacionales soberanas. Es un hecho objetivo y lamentable. De esto se ocupó conscientemente el régimen chavista y Maduro en particular. Venezuela ha sido destruida en su sentido orgánico hasta los tuétanos. Más allá de la destrucción económica, social y hasta cultural, no queda en pie ninguna de las “instituciones”, formas organizativas, partidos políticos o, si quiera, corrientes orgánicas de pensamiento. Nada queda en pie, salvo como rémora. “Añoración” del pasado, “viudas” del recuerdo.

Por otro lado, el monopolio de la fuerza (militares y formas armadas de poder), ni siquiera pertenece al Estado. Las FANB y demás fuerzas policiales están convertidas en una mega banda delictiva bajo el mando cerrado y forzado de un grupo delincuencial (descrito en nuestros anteriores escritos). Tren de Aragua, Cartel de los Soles o Chavismo son un sinónimo de la cacocracia venezolana.

Pero en su descargo, la oposición ha trabajado arduamente para perpetuar un modelo caudillezco y “libertario” -consciente o no-, en el que lo mágico religioso se enseñoreó sobre los poderes “destructores” (revolucionarios) del pueblo. Esto es, su fuerza emancipadora. Han anulado su ímpetu y fuerza bélica propias. El pueblo, que derrota al más potente de los ejércitos, no está, como unidad política y orgánica, en capacidad de ejercer la autodeterminación de imponer por fuerza su determinación histórica. Ha sido desvencijado como fuerza por sus propios “generales” y esto no es el resultado exclusivo de la indiscutible y monstruosa represión. Ha sido también una operación consciente en ambos bandos.

El peligro que representaba una sociedad organizada se extendía sobre el espinazo de ambas facciones y, espeluznantemente, ambos coincidieron, como gemelos, en el interés de que el pueblo orgánico no fuese quien produjera los cambios, más que como delegatura providencial. Esto fuerza hoy la inevitabilidad de una intervención externa y obliga, peor aún, a la necesidad futura de una “fuerza de supervisión”, que implica un costo en soberanía y estabilidad para quien “agarre el coroto”. Venezuela es hoy un terraplén en rebatiña. Esto es inobjetable.


El futuro que se avecina

Una transición, en su sentido de acuerdo, negociado y reacomodo, luce inevitable. Ni MCM ni ninguna fuerza está hoy en capacidad de hacer una revolución (cambio total y radical de todo lo establecido). Esto implica un futuro inmediato de transición. Esto es, de acuerdos con bandas delictivas dispersas, tutelaje parcial o total del imperialismo (al cual no se oponen ninguno de los bandos) y, probablemente, extensión de una crisis y un padecimiento mayor para los venezolanos. Pero pasar hambre en libertad, quizás tenga ventajas.

Reconstruir al país, en lo inmediato, requerirá un período nuevo de restitución de las conexiones orgánicas de la sociedad. Reconstrucción del tejido cultural, político, ideológico y ético de la nación. Pensar al país nuevamente, desde el sociego de alguna paz circunstancial. Y el asunto acá, aunque suene a siglos, no necesariamente se desarrolla por el deseo de inmediatez de alguno, ni necesariamente se retrasa tanto como añoran los conservadores de lo establecido. 

La vertiginosidad de cambios puede ser mayor a la deseada por muchos. Porque cuando se abran las puertas de lo que la gente siente como libertad, incluso siendo en realidad un oscuro período de sacrificios, también se acelerarán los tiempos de la conciencia social, de la autodeterminación y se abra, quizás, un período de resurgimiento de los mejores talentos del país. Se avecinan tiempos de revolución. Hay que prepararse arduamente para ello. El futuro es promisorio y, por más que se hallan conjugado todos los males, es tiempo de pensar y de actuar sobre el futuro, más allá de lo urgente.

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