El pacto para salvar al chavismo sin Maduro
En 1958 el Partido Comunista de Venezuela fue
marginado del poder político y del nuevo bloque hegemónico que se adueñaba del
país, luego de la rebelión democrática del 23 de enero. Pocos meses
transcurrieron para que una de las principales fuerzas del alzamiento cívico
militar que derrocó la dictadura perezjimenista, fuese zapateado. El Pacto de
Puntofijo sellaba así el origen de un régimen de “alternabilidad”, de una forma
de dominación que pervivió en Venezuela más de 40 años.
El drama actual del régimen político chavista, aunque
con cinco lustros de experiencia en la dominación, fue no haber consolidado un
bloque tan eficiente y de tan largo aliento como el puntofijista. Sin
profundizar en todas las determinaciones por razones de espacio, la ausencia de
alternabilidad y la falta de acuerdos más extensos con facciones del capital
criollo los obligó a construir, en parte, su propio brazo económico, bajo el
respaldo de uno de los saqueos más abyectos y extendidos del que pueda haber
registro en un país. Una suerte de “acumulación originaria” con ropaje
“socialista”.
Pero el proceso chavista se desarrolló en medio
de una transición propia de las crisis capitalistas. Justamente en este período,
los jóvenes imperialismos ruso y chino, que venían de la experiencia del
revisionismo (socialismo de palabra) y la restitución capitalista en sus
naciones, constituyen el bloque Brics (2008/2010) e inician una enconada pugna
por el reparto de un mundo ya repartido.
La voracidad financiera de estos Estados y sus megacorporaciones,
dio un extraordinario impulso al capital naciente de “la revolución”. Y atragantados
de una verborrea radical que los hacía coincidir en intereses y pareceres con
el chavismo, se matrimoniaron de inmediato. Algo había visto el barinés por 2001
y había adelantado lazos fuertes, aunque no precisamente nacionales.
Un pacto tardío
Sin embargo, el chavismo nunca pudo consolidar
(pugna interimperialista mediante y también por falta de pericia) una
estructura de poder suficientemente sólida. La sobrevenida muerte de su
comandante, la crisis generada por la destrucción casi absoluta de las fuerzas
productivas y otros acontecimientos, restaron fuerza y base popular, sumado a
la huida de 8 millones de compatriotas, una buena parte de lo que definió Marx
como Ejercito Industrial de Reserva, pasto fundamental del lumpen parasitario
que fue sostén de la “revolución” durante largo tiempo.
Mucho menos logró el chavismo lo que los
puntofijistas: la conjunción (aceptación) de su nuevo grupo económico ante la
oligarquía mantuana venezolana, que en el caso adeco copeyano rápidamente se
entendió con los capitales remanentes del dictador en fuga. Además, aquella
dictadura duró poco.
Ciertamente, ambas facciones del capital son
entreguistas; apátridas como cualquier capital de nación satélite; caza renta
le dicen algunos. Pero la crisis general del capitalismo y los cambios que ha
producido el enconado reparto con el que los Brics se disputan el planeta y los
mercados con el bloque gringo europeo, empujaron al chavismo a confrontar con
la necesidad de crear un bloque hegemónico más extendido, que pudiera permitir
lo tan anhelado por la democracia burguesa occidental: la “alternabilidad”.
Pero han sido muchos los escoyos que han tenido que superar.
La voracidad de sus propios “nuevos ricos”
(algunos bajo desaparición forzada), el despilfarro propio de los lumpen
empoderados, los nexos con la delincuencia de baja monta, entre otros males,
han sido retos que progresivamente fueron remontando. Este proceso de
“superación” comenzó a rendir frutos y, entre 2014 y 2017, tiempo en el que asistimos
al encuentro inicial entre mantuanos y la nueva “boliburguesía emergente”, se
consolidó un interés común: el sostenimiento del sistema en su conjunto. En
este contexto arriba “el heredero” a las presidenciales de 2024.
Pero la crisis por ellos creada no les ha
salvado de la impopularidad. Sumado a la falta absoluta de carisma y otras
limitaciones, sus efectos le han pasado factura. Sin embargo, desde la
perspectiva de sus condiciones de dominio hegemónico, allende la necesidad
política de legalidad y legitimidad del régimen burgués y la necesidad de una
democracia relativamente aceptable en medio de una conflagración de intereses
imperialistas, podemos decir que parecieran haber logrado establecer las
condiciones para su propio pacto puntofijista.
¿La nueva “alternabilidad”?
¿Para qué nos sirve la historia si no ubicamos
en ella un bosquejo del presente, y algunas luces del futuro? Sin pretender
hacer más larga la perorata, y confiando en que se da por entendido que lo que
se dice tiene un sustento en datos, cifras, hechos, casi todos de acceso libre,
estas presidenciales pueden indicar objetivamente un cambio sustancial en el
país, pero por razones distintas a las que un lego pudiera inferir.
El bloque hegemónico que ejerce el poder, ha
cambiado. Tiene una nueva forma de materializar su dominio y está dispuesto a
recurrir a cambios, precisamente porque tiene dominio absoluto del poder, el
respaldo imperialista y los acuerdos necesarios para ello. Porque comprende el
poder y la diferencia entre Estado, Gobierno y Poder real.
Y así como se explica todo el largo período bipartidista,
así debiera entender esta eventual nueva etapa la gente medianamente astuta. El
nacimiento de una nueva circunstancia (y no necesariamente de muy largo aliento),
de una nueva forma de dominación a partir de los cambios suscitados en el
propio bloque hegemónico, pudiera ser el resultado por adelantado de lo
que está por venir.
Así como una facción del mantuanaje ha decidido
acordarse, así su expresión política debe haber zanjado negocios. No es el
liderazgo político un asunto sobrevenido. A fin de cuentas, siempre es expresión
de unos intereses y de una clase, y en nuestra patria, de unos imperialismos.
Por ello es perfectamente factible que los
herederos puedan desprenderse hoy del “poder”, siempre y cuando una correcta
actuación de la oposición lo permita. Total, sus cartas están aseguradas,
hipotecadas pudiera decirse. Y quizás nada pierdan entregando el Gobierno
momentáneamente. Para una nueva forma de dominación, bien valdría una suerte de
“barajo total” gatopardiano, visto que resumen ya una tradición revisionista.
Pero en este fatídico escenario, incluso ahí, acecha agazapada la inevitable y encarnizada lucha de clases. Difícilmente puedan empujar a las menguadas fuerzas revolucionarias hacia las montañas como lo hiciera el bipartidismo. A una nueva forma de dominación, nuevas formas de lucha vendrán. Y su posible derrota electoral, incluso siendo premeditada por ellos, puede dar un giro inesperado al que no necesariamente estén preparados. Por esto y más, hay que ganarles de forma aplastante. Incluso, jugando sus propias fichas y en su propio tablero.
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